Minutos antes de empezar. El colegio está en silencio, las aulas llenas y los alumnos con hambre. ¿Hambre, de qué? De bocata y espero que también de historias.
Puntuales, desordenados y con asombro salieron poco a poco de las aulas (puertas que quedan una frente a otra). Remolonearon un poco, se hicieron confesiones al oído, formaron grupos de tres, de cuatro y hasta de cinco, y poco a poco se fueron sentando en las escaleras que unos momentos antes estaban vacías.
Los principios son raros, inciertos y emocionantes. Cincuenta y cuatro jóvenes (más chicas que chicos) delante de mí, expectantes igual que yo. Para empezar les conté dos cuentos de tradición oral españoles, con humor, un poco brutos y uno de ellos muy picarón. Las sonrisas aparecieron de inmediato y eso siempre es buena señal, los ojos se agrandaban con el transcurso de la historia y el murmullo llegó junto a los aplausos finales.
Veinte minutos saben a poco, pero creo que los aprovechamos muy bien. El 17 de noviembre fue la segunda cita, os la cuento en breve.